Reflexión

El repartidor y la pizza

Ayer llovió. Pedí una pizza, cuando llegó el repartidor sacó el cartón y al darse cuenta de cómo estaba, me miró triste porque a pesar de sus mochilas (las de forma de cubo) estaba lloviendo demasiado y no sabemos cómo llegó el agua, poro se mojó.
Me recordó una escena de hace muchos años, donde el repartidor de pizzas era yo.
Con mis cincuenta años caminaba por media ciudad, estaba lloviendo, cuando llegué a mi destino había hecho 7 tramos de escaleras sin ascensor, cargando 8 pizzas (una encima de la otra).

Cuando llegué a arriba, el propietario me dijo que pagaba con cupones de alimentos, sin darme un centavo de propina, y enojándose conmigo por llegar tarde y traer pizzas mojadas.

Volviendo a ayer, le dije que esperara un segundo en las escaleras y llegué volví a casa para coger una buena propina, más de lo habitual. Le dije que no se preocupara, que a veces suceden cosas en el trabajo que realmente no podemos evitar, pero que solo el hecho de que llegara a tiempo y sintiera pena por mí era motivo de recompensa.
Se alejó con la felicidad impresa en su rostro.

Incluso este círculo después de muchos años se ha cerrado.

Posdata: la pizza estaba muy buena, no se había echado a perder en absoluto.

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