El anciano del pueblo
Había una vez un anciano que vivía en un pueblo. Todos los habitantes lo evitaban, ya que tenía la mala fama de estar siempre de mal humor. Los niños temían pasar por el frente de su casa, e incluso los adultos recelaban al desearle los buenos días.
Los habitantes más longevos del pueblo aseguraban que desde siempre mantuvo esta actitud. Su amargura, odio y resentimiento superaba su carácter; ya que su casa, su césped e incluso sus vecinos también asimilaban este tono lúgubre.
Lo cierto es que un buen día, aquel en el que el anciano celebraba nueve décadas de vida, se empezó a esparcir el rumor de que el anciano estaba feliz. De repente su casa ya no se veía oscura, los vecinos habían recuperado su jovialidad y su césped era el más verde de todo el pueblo.
Todos rodearon su casa en espera de lo que había sucedido, a lo que el anciano los recibió con una gran sonrisa y emoción. Uno de los habitantes se atrevió con voz tartamuda preguntar por qué estaba tan feliz. La respuesta del anciano fue: “Nada en especial. He vivido noventa años buscando la felicidad y fue inútil. Hoy decidí dejar de buscarla y amanecí más feliz que en toda mi vida”.