Reflexión

La vida: un viaje en constante marea

La vida muchas veces se nos complica. Pero la verdad, la mayoría de las veces somos nosotros mismos quienes la complicamos.

Cuando somos niños, la complicamos mintiendo, queriendo esconder travesuras.

De adolescentes, la complicamos al enamorarnos de sueños que a veces se desmoronan.

De jóvenes, nos la complicamos al no tratar de comprender a los adultos, creyendo que sabemos todo.

Y de adultos, nos enredamos al añorar esa juventud que sentimos que se escapó entre los dedos.

Tal vez, cuando somos viejos, finalmente mandamos todo al carajo. Por eso, dicen, nos ven tan molestos. O quizá solo nos vemos así porque, por fin, entendemos que mucho de lo que complicó nuestra vida fue innecesario.

Lo que sí sé es que la vida es un océano con etapas, con mareas altas y bajas, con tormentas y calma. Pero, como un barco, solo te hundes si permites que el agua entre.

Lo escuché en un audio hoy y resonó en lo más profundo de mí. Somos barcos. Barcos que navegan en un mar lleno de opiniones, dudas y temores que otros nos proyectan.

Sé un barco fuerte. Sé impenetrable.

Afuera hay muchas voces que, con amor o miedo, te dicen: «No lo intentes, puedes fracasar.»

Esas voces pueden venir de tu familia, tus amigos, tus hermanos. Incluso de la persona que amas. No porque no te quieran, sino porque temen que algo salga mal, porque tienen miedo de intentar lo que tú te atreves a soñar.

Pero tú decides si eres el barco que llegará a su destino o si te dejarás atrapar por el torbellino de la multitud.

La clave está en mantenerte firme. No importa cuán intensa sea la tormenta, mientras el agua no penetre, seguirás navegando.

Así que hoy, elige ser ese barco. Ese que no se hunde, que avanza, que llega.

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